Me he quitado del grupo de WhatsApp de la clase de mi hija (y os cuento por qué)

Me he quitado del grupo de WhatsApp de la clase de mi hija (y os cuento por qué)

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Me he quitado del grupo de WhatsApp de la clase de mi hija (y os cuento por qué)

Soy una rara avis. Soy uno de los pocos padres que ha decidido este curso no estar en el grupo de WhatsApp de la clase de mi hija pequeña, que cursa Tercero de Primaria. Y lo he hecho pensando en ella, en la profesora y en mí. Os cuento mis razones.

El curso pasado me invitaron a formar parte del grupo de WhatsApp de la clase de mi hija pequeña y me pareció una idea fabulosa, pero este año y después de la experiencia, decidí que era mejor salirme porque los resultados no se parecían a lo que yo esperaba. Y más que aportar, el grupo de WhatsApp no me estaba ayudando a solucionar problemas que según avanzaba el curso me parecían fundamentales. Supongo que son mis razones, sólo mías, y que habrá mucha gente que no las comparta e incluso piense que soy una especie de misántropo, pero nada más lejos de la realidad. Me encanta llevarme bien con los padres de los compañeros de mis hijas, les consulto dudas, les pido ayuda cuando lo necesito y muchos de ellos me caen bien, pero eso no tiene nada que ver con estas cuatro razones.

No estaba ayudando a mi hija a madurar.

En su momento me pareció fundamental estar conectada con el resto de los padres de la clase para saber qué deberes había que hacer cada día. Especialmente, porque mi hija es bastante despistada y muchas veces se le olvidaban las tareas o se dejaba material en clase. Pero este año decidí que no podía hacerme cargo de algo que era SU responsabilidad. Que en el fondo no estaba ayudando a que mi hija madurase y se hiciera cargo de sus tareas. Si yo estaba pendiente, ella ya no tenía que hacerlo y empezó a desentenderse... Como si la cosa no fuera con ella. No era la única. El resto de sus compañeros confiaban en que sus padres sabrían cómo averiguar qué había que hacer cada tarde si ellos no se preocupaban.

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Me salí para enseñarle que los deberes son cosa suya. Para eso le han dado una agenda en el colegio. Para que se encargue de apuntar a diario todo lo que queda pendiente para casa.

No estaba enseñando a mi hija a aprender de sus errores.

A veces se nos olvida que los niños crecen. A veces se nos olvida que nosotros tenemos que darles herramientas para que lo hagan y para que aprendan a enfrentarse a la vida. Tendemos a sobreprotegerles y nos preocupamos demasiado para evitar que sufran. Tanto que les sacamos las castañas del fuego una y otra vez. Antes, cada vez que mi hija olvidaba una ficha en clase que tenía que entregar al día siguiente yo volaba para que algún padre me la reenviara por mail. Pero me he dado cuenta de que eso era un error, de que eso hacía que mi hija no aprendiera que los errores tienen sus consecuencias. Sí, es duro ver cómo llora el día que se da cuenta de que se le ha olvidado algo, pero también eso hace que esté más centrada para que no vuelva a pasarle.

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No me ayudaba a comunicarme con la profesora.

Pensé que el grupo de WhatsApp nos mantendría informados de todos los problemas que había en clase, que nos ayudaría a organizarnos para resolverlos o, al menos, podríamos llegar a un punto de encuentro. Pero la verdad es que me he dado cuenta de que muchas veces las conversaciones no llevaban a ninguna parte, pasaban a ser una corriente de quejas, algunas veces convirtiendo un pequeño problema en algo mucho mayor. Algo que podría solucionarse hablando con la profesora antes de hacer saltar las alarmas. Este año he tenido muchos problemas en clase, ya hablé del exceso de deberes en otro artículo, pero lo he solucionado directamente: he pedido cita a la profesora y he hablado con ella. En vez de quejarme le he dicho lo que pensaba y he tratado de solucionarlo con ella. Sí, hablo con los otros padres de las cosas que pasan, intento organizarme para las cosas importantes, pero creo que el cara a cara es fundamental y que a veces (por culpa de la tecnología y de que no nos moderamos con los mensajes) terminamos calentándonos de más.

Había mucho ruido, demasiada información que me distraía de lo importante.

Es algo que sucede con cualquier grupo de WhatsApp que montes, incluso para quedar a cenar con un grupo de amigos. Lo que empieza teniendo un objetivo muy concreto, acaba convirtiéndose en un cajón desastre donde todo el mundo cuelga mensajes variopintos, imágenes, vídeos, el chiste del día, etc. Y cuánto más grande sea el grupo, mayor será el número de mensajes que recibirás a diario con su correspondiente "ping" de alarma. Algo realmente estresante si vives, como es mi caso, pegada al móvil por culpa del trabajo y cada "ping" te hace saltar como un perro de Pavlov. Al final la mayor parte de mensajes que recibía del grupo del colegio era que Jorge estaba malito, que Javi también tenía mocos, emoticonos de caras llorosas y frases alentadoras... Todo lo que se pueda imaginar en un grupo de WhatsApp en el que hay añadidas más de treinta personas. Sí, podía haberlo silenciado (y lo hice), pero no podía evitar angustiarme cada vez que me saltaba la alarma de otro WhatsApp y veía que tenía 345 mensajes pendientes por leer.

Así que lo he dejado. A veces me pregunto si no estaré metiendo la pata hasta el fondo, pero de repente vuelvo a pensar en mis razones y me reafirmo más que nunca. Además, tengo la suerte de poder ir a diario al colegio a recoger a mis hijas, un lugar de encuentro donde puedo hablar con otros padres, intercambiar impresiones y preguntarles su opinión por las cosas. Y de verdad: me gusta más así.

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